Hay gente que critica estas fechas de
consumismo innecesario, con razón justificada.
Muchos años atrás no se necesitaba
tanto. Tenía otros valores.
Sin parecer sensiblera, era un buen
momento para no ir al cole, reencontrarse con todas esa familia que a lo largo
del año no se veían. Aquellos laberintos de sillas, mesas y muebles para que
todos entraran en un piso pequeño conseguían que las disputas de los malos
entendidos, el distanciamiento de las familias y amigos, se olvidaran por unos
días.
El colorido atrae. Los belenes eran motivo de tradición ir
a verlos y las cabalgatas de Reyes Magos la gran ilusión de las fiestas. Hoy
los belenes son algo que se van a ver con desgana porque la mayor parte del
tiempo, están corriendo de una tienda a otra para que no falte de nada.
Ahora todos quieren quedar en reuniones
por compromiso, como si no hubiera más tiempo para ello en el año. Es cierto
que apetece ver a personas que durante los 365 días no hemos tenido tiempo de
buscarles un hueco para quedar, así que apretamos la agenda al máximo para reunirnos con todos.
Las casas se adornan si ganas, todos son
trastos que estorban y desean quitar enseguida. Los niños solo esperan abrir
paquete tras paquete con sus grandes maquinas, sin disfrutar de la niñez en la
calle con juguetes sencillo, mientras que nuestros bolsillos se quedan tan
vacío que cuesta remontar.
Cuando mi hija era pequeña no había
mucho dinero pero si ganas de hacerle vivir las Fiestas intensamente. Esperaba
ansiosa, no solo el regalo que pudieran traerle sino la carta que desde tan
lejos les enviaban los Reyes o Papá Noel. Me pedía que vigilara si Papá Noel
había encendido las luces del árbol, señal de que había llegado. Esos ojitos
brillantes, esa ansiedad entre el miedo y el gozo, era todo magia para mí. En
cuanto le decía que si, me agarraba de la mano y se lanzaba corriendo, gritando
y aunque era de esperar que fuera a por los juguetes, lo primero que buscaba
eran esas líneas escritas de ellos, que cada año la sorprendían con lo que sabían
de ella.
El día 5 de Enero, eran horas en vela para mí.
La acostaba conmigo, y se pasaba la noche susurrándome si ya habían llegado y
nunca dormíamos. A las cinco de la
mañana no aguantaba más y la tenía que dejar que fuera a ver lo que ellos
habían dejado, imagínense mis malabarismo para poder colocárselos por toda la
casa con lo poco que lograba que durmiera, pero verla, valía la pena cualquier
noche en vela.
Quisiera poder volver a ver esa mirada de ilusión en los niños y aunque mi hija hoy, a pesar de los años vive con
ilusión esas fiestas, me encantaría volver a verla con esa alegría de inocencia
por la magia de la Navidad.
En estas fechas ya no siento el espíritu
Navideño, pero cuando la veo llegar y veo sus ojos brillando, me recuerdan su niñez. Salir juntas, volver a recordar nuestras tradiciones,
todas creadas por nosotras, como ir a merendar, el algodón de azúcar, las
castañas asadas y sus dulces preferidos o simplemente caminar sintiendo el
aroma dulce de nuestra calle de siempre y su iluminación al caer la noche, todo me lleva a su niñez y al verdadero significado de la Navidad, pero
también que son días efímeros, que ya nadie recuerda el sentimiento que representa y que pronto volveremos a ser esos despreocupados
amigos que no quedarán hasta el próximo diciembre, por Navidad
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