Bajé del coche y
emprendí mi camino hacia la oficina. Aparqué un poco lejos, más de lo habitual.
Intente memorizar el lugar ya que mi memoria está resultando ser más pequeña
que la de un mosquito.
Durante el camino hacia
el trabajo mi cabeza no dejaba de pensar en todos las tareas que debía hacer, llegando a sentirme agobiada
mientras la ansiedad hacía presencia.
Todo era un caos cuando
entré. Daban ganas de cerrar la puerta y volver a entrar a ver si solo era un
sueño, pero no tuve esa suerte.
Trabajé sin parar durante
horas para terminar todo a tiempo. Pensarán que a la salida no encontraba el
coche, pues mira por donde, hoy lo recordé a la primera, eso sí, hay que decir
que durante la mañana tire el café encima de mi suéter convirtiéndolo en un
mapa antiguo. Los papeles se estropearon con el estropicio teniendo que empezar
de nuevo. Para rematar mi teléfono murió intentando hacer una llamada urgente y
mi ordenador decidió hacer huelga de brazos caídos, ir más lento era su forma
de hacerse notar.
Lo único bueno de ese
día es que recordé donde aparque mi coche, ventajas de querer escapar de un día
desastroso y poder regresar a casa para enterrar la cabeza como el avestruz.
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