Aquella noche llegué tarde. Quería verte
y me acerqué a tu casa. Vi como salías de ella y decidí seguirte. Me habías
dicho que estarías trabajando hasta tarde. Seguí tus pasos y ellos me alejaron
de ti. Vi como tocabas en aquella puerta roja. Ella salió y besó tus labios,
los mismos que el día antes había besado yo. Sonreíste. Entraste agarrado a su
mano. Durante horas esperé sentada en aquel frío banco de piedra. Imaginé mil
formas de decirte lo miserable que habías sido y ninguna aliviaba el dolor que
desgarraba mis entrañas. La noche se volvió negra, las nubes cubrieron la luna
llena. Volví a verte de nuevo, te despedías de ella. Caminaste hacia la plaza
sin percatarte de esa sombra sentada en la noche. Levante mi cuerpo inerte. Te
miré con dolor y desprecio. No hubo palabras; no hacía falta. Comprendiste el
final sin que mi voz se alzara. El titular de la mañana solo decía: “mujer
muere esta madrugada por parada cardiaca en el banco de la Plaza…”
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