Hoy tendida en esta mesa observo tu
cara. No sé quién de los dos está más frío. Me miras y ni siguiera logro en
esta situación arrancar un sentimiento de pena o culpabilidad. Me miras como
una más de las desconocidas que llegan hasta ti. Te diriges a la vitrina que
está enfrente y me das la espalda. El cristal me devuelve tu imagen y atisbo a
ver un temblor en tus manos, no pareces tan seguro como intentas hacer creer.
Has cogido lo que necesitabas pero lo mantienes sujeto con gran fuerza
controlándote para poder volver donde está tu compañero. Cierras los ojos y cae
una lágrima que apartas con rabia. Cierras el armario con fuerza haciendo que
él te mire. Al fin puedo ver algo de dolor en tu mirada.
Te supliqué tantas veces en silencio.
Esperé tanto tiempo tu llamada. Tú lo sabías pero preferiste herirme después de
tanto tiempo a tu lado esperando. Siempre esperando tus migajas, tus restos de
tiempo, tu frialdad cuando todo acababa. Ayer me terminaste de arrancar el
alma, ya no pude soportarlo más, me cansé de ser herida.
Tus palabras solo fueron el
desencadenante de lo que llevaba tiempo pensando. Aún oigo tu voz dura y fría
diciéndome que me dejabas, que solo había sido una más en tu camino, que no me
deseabas.
Te miré a los ojos con todo el dolor y
orgullo herido, ni siquiera te repliqué. No me ofreciste amor, no podía
reclamarte nada. Di media vuelta y me fui. Llegué a casa; como siempre vacía.
Lloré ¿lo sabes? Como tantas veces, pero no te culpo, mi tiempo se había
acabado y ya no me quedaban fuerzas para volver a empezar.
Recuerdas los botes de pastilla que
tantas veces me dijiste que tirara, no lo hice, tenían un fin. Me acosté en la
cama, ni siquiera preparé nada y me los tomé todos. Oí el teléfono, sonaba
lejos, creo que llegué a descolgarlo el ruido me molestaba.
Oí gente a mi alrededor, me sacudían,
hablaban y tras unos intentos, silencio y tristeza en los ojos de aquellos
desconocidos y te vi a ti de pie, inmóvil; me mirabas sin creértelo.
Tu compañero se ha ido al fin. Te
acercas a mí, me cubres con esa sábana blanca y acaricias mi cara. Lloras
desconsoladamente, no sufras mi amor, no sentí dolor, solo me dormí. Me pides
perdón por tu cobardía, tus palabras no eran verdad. Me querías pero tenías
miedo de sufrir y preferiste alejarme de ti. Solo que al marcharme te diste
cuenta que no querías perderme… pero… era demasiado tarde.
Cuando me llamaste y oíste mi voz
supiste que algo iba mal. Viniste a buscarme y me encontraste en la cama casi
sin vida. Lo intentaste todo pero yo no quería volver.
Quiero llorar, abrazarte y volver a
besar tus labios esos mismos que me hacían estremecer cuando rozaban los míos.
Quiero decirte que te amé con todo el
amor que había en mí, sin egoísmo, sin
pretensiones pero ver tu dolor me hace daño.
No llores mi amor, me voy en paz. Tus
labios en los míos me acompañarán en este viaje esperado. Ya no hay dolor en mi
corazón.