La taza estaba vacía. La removía sin percatarse
de ello. Hacía rato que ni siquiera estaba allí. Solo vivía una y otra vez lo
ocurrido antes de salir de casa. Ella lo había echado. Con cada vuelta al
líquido inexistente, la rabia se apoderaba de él. Regresó a la casa. Sus ojos
de psicópata, sus puños apretados. Una nota lo esperaba: NUNCA MÁS. Se marchó
antes de que volviera. Salió a la calle a buscarla, en sus prisas no se percató
de la grúa, descargaba en ese momento maquinaria pesada, le gritaron, pero su
deseo de golpear era mayor. Todos decían pobre hombre. Ella, escondida enfrente,
mientras esperaba que la recogieran, solo pudo al fin respirar tranquila.
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